Mexico City
2006
4,500 m2
The English writer Thomas de Quincey, in his classic Confessions of an English Opium-Eater, talked about the pleasure that watching a building burn could provide—having made sure there were no possible victims or risks. One century later, the Austrian pyromaniacs of Coop-himelblau used fire as a material in their first architectural interventions. And the Swiss-French Bernard Tschumi theorized a radical architecture that produced pyrotechnical pleasure, which he stated was as useful as lighting matches. Reality, tragic for sure, provides us with less extreme pleasures than those written by the confessed opium-eater Englishman and the neo-avant-garde European architects, but also probably more useful ones. Without avoiding some symbolism of justice, state and municipal officials in Mexico City have decided to build in the site of a terrible fire, which left behind no good memories, a fire station. They also wisely selected the project through an invitation-only contest. This symbolic gesture, which also proved to be an effective intervention on Insurgentes Avenue—one of Mexico City’s most important avenues—in a section thereof which had been aesthetically for many years, served as a contemporary architectural gesture, which was mindful of the site’s present conditions and of the possible effects it could experience.
Given the site’s conditions, the program’s demands and the fire station’s required areas, public and private spaces intertwined and incorporated training and information programs for the general public. The chosen project for the station presents itself to the exterior as a simple elevated box that almost disappears behind the façade; it floats over the maneuver and tank-truck area onto the street, taking over the urban context in a game of reflections. Thus, it also serves as a functionality lecture for the building, which is generated from the flux of the transportation systems used there. Inside the chromed box, public and private programs are organized into planes with perforations that vary in diameter and generate vertical and horizontal tissues for circulation, light and other uses. Space is shared through the civic courtyard that interacts and complements itself with the street, without mixing with it, thanks to the first storey’s seven-meter height. This also achieves to intertwine both the station and the curiously-called bomberoteca (library for firemen) with each other and the street. Once the fire station is built and an emergency call eventually comes in, we will be able to watch, with a less guilty pleasure than the one Thomas de Quincey had with a burning house, the complete and complex ability this urban piece has and which takes the most-required urban equipment as a reflection and architectural action theme.
Alejandro Hernandez
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En su clásico El asesinato considerado como una de las bellas artes, el escritor inglés Thomas de Quincey habló del placer que, tras asegurarse de la ausencia de víctimas, provoca ver un edificio en llamas. Un siglo más tarde, los pirómanos austriacos de Coop Himmelblau utilizaron el fuego como material en sus primeras intervenciones arquitectónicas, y el suizo-francés Bernard Tschumi teorizó, una arquitectura que producía un placer pirotécnico, “tan inútil como quemar cerillas”. La realidad, trágica seguramente, nos proporciona placeres menos extremos que los pregonados por este inglés, confeso comedor de opio, y los arquitectos europeos de las neovanguardias, pero probablemente más útiles: el gobierno de la Ciudad de México y una de sus delegaciones decidieron construir –tal vez con cierto simbolismo justiciero– una estación de bomberos en el sitio que dejara libre un terrible incendio. Este gesto simbólico, aunado a la efectividad que tuvo intervenir un espacio en Avenida de los Insurgentes tras muchos años de olvido estético, se propuso como un gesto arquitectónico contemporáneo consciente de sus condiciones y, por lo tanto, de sus posibles efectos.
Debido a las condiciones del sitio y el programa, y en adición a las áreas básicas requeridas para una estación de bomberos, se entretejieron espacios públicos y privados incorporando programas de capacitación y consulta para el público en general. Al exterior, el proyecto funciona como una caja elevada que desaparece detrás de su fachada, apropiándose del contexto urbano mediante una gama de reflejos que flotan desde el interior del patio de maniobras y se extienden en un tejido de luz hacia la calle, y a la inversa. Así, funge a la vez como una lectura del funcionamiento del edificio generada a partir del flujo de los sistemas de transporte que utiliza. Al interior de la caja cromada los programas públicos y privados se auto organizan a través de planos con perforaciones de distintos diámetros que generan tejidos verticales y horizontales de circulaciones, iluminación, vistas cruzadas y diferentes usos. El espacio se comparte a través del patio cívico que, sin mezclarse, logra interactuar y complementarse, conectándose con el nivel de la calle gracias a los siete metros de altura del primer nivel. Una vez terminada la construcción, el completo y complejo funcionamiento de la pieza adoptó el equipamiento urbano requerido como una reflexión y, a la vez, una acción arquitectónica.
Alejandro Hernandez
Architect: Francisco Pardo + Julio Amezcua + BGP
Structural: Colinas de Buen
Client: Mexico City’s Government, Alcaldia Cuauhtemoc
Photography: Jaime Navarro, Fito Pardo, Sandra Perez-Nieto
Team